domingo, 2 de mayo de 2010

Sobriedad

Sobriedad

L se había sentado, en ese banquito al borde de la laguna, donde suele caer cuando se encuentra en ese estado de ánimo. ¿Qué estado de ánimo? Ese desconcertante. Esos días en los que simplemente no sabía que hacer- había en ese estado una mezcla entre aburrimiento y desesperación. Días en que quería hacer algo, y ese algo era algo muy específico, el problema era que no sabía qué era ese algo. Entonces L estaba sentado, con su abrigo en medio del abrumador calor, y sus ojos clavados en las piedras a sus pies, y sus oídos clavados en las ridículas conversaciones de los ridículos estudiantes sentados en grupos alrededor del lago. Estaba sobrio. No porros, no trago. Solo tabacos y acababa de terminarse un carísimo café. Odiaba estar sobrio, algo que se había dado cuenta hace poco, meses máximo. La sensación de no encontrar el algo que hablamos se agravaba y le carcomía peor cuando estaba sobrio. Eso es lo que odiaba de ese estado. Era la ausencia de un estado mental interesante. Estar sobrio era la nada. Pero bueno, L estaba sentado en la laguna.

Se acercaron a su mesa de metal forjado dos tipos, un hombre y una mujer. Parecían amantes pero solo por impresión. Él era un tipo con cara de intelectual de novela argentina, algún personaje salido de un cuento cortazariano o de una película de Subiela. Llevaba una carpeta de cuero bajo el brazo, los pelos desordenados y una barba que había sido afeitada hace unos pocos días. Tenía puesto una camisa blanca, que daba aspecto a que era la misma que se había puesto el día anterior, y quizá el anterior también, una chaqueta de tela café que parecía casi un abrigo, y pantalones beige. Sin embargo, su aspecto era amigable. Ella era… más fácil de describir en todo caso, era igual que L en aspecto. Vestida enteramente de negro, su maquillaje también, mirada seria y gótica, con una actitud completamente despreocupada de su entorno. Jamás se le había acercado nadie en ese lugar, máximo un guardia a decirle que se largue porque ya eran las 9.

Desde que les vio venir a lo lejos supo que venían hacia él. Los dos caminaron en silencio juntos observándole, el hombre con un esbozo de media sonrisa y ella… sólo le miraba. Se acercaron y ella se sentó en la única silla vacía de metal forjado, él arrastró una enorme piedra a la mesa y se sentó en ella. Ninguno decía nada, L no alzó su vista del piso y ellos no le quitaban los ojos de encima.

-Soy H, ella es C-. Dijo mientras abría la carpeta y ponía unos papeles en la mesa, entonces L se paró y se quedó en silencio con la mirada todavía en el piso. Ellos sólo le observaban sin hablar. Metió un lapidario puñete en la nariz a H que cayó estrepitosamente de su piedra y luego regresó la mirada a C, que lo miraba con una sonrisa. Se acercó a ella muy tiernamente y sonrió. Luego le lanzó un puñete aun con más fuerza que el que recibió H, directo en el ojo derecho, tumbándola a ella junto con su pesada silla de metal forjado. Cogió los papeles y la carpeta, y se alejó caminando despacio con una discreta sonrisa por fuera, y una enorme sonrisa por dentro.


JME 02h50

1 comentario:

  1. Anónimo00:09

    Modorra. Caos. Profundidad. Vacio. Profundidad. Caos. Modorra.

    FL

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