domingo, 9 de mayo de 2010

Peces Rosados

Peces Rosados

Las baldosas sueltas de la vereda, las gotas dispersas del aire acondicionado y las raíces oscuras de las tipas perdieron su imagen. De a poco me fui dando cuenta de cómo y que tanto me iba distanciando de mi antigua persona. Antes, cuando caminaba por la ciudad me cuidaba de no mojarme por las gotas del aire acondicionado o por el agua oculta de algunas baldosas flojas. Siendo esta una realización no muy nueva; que volvía cada vez que me quedaba colgado, mirando al ventilador apagado del techo. Sería bueno que funcione, sobre todo porque era un verano sofocante pero no lograba convencerme de ir a cancelar la factura, más todas las multas que inevitablemente habría por no pagar la luz. Porque ahora para hacer cualquier cosa tenía que convencerme. A veces me tomaba días, hasta semanas, realmente dependía de que era.
El nuevo departamento tenía todo lo que podría llegar a necesitar; el único ambiente que tenía era amplio y las dos ventanas no daban a nada. Por lo menos estaba a salvo del monstruo de concreto, por lo menos no tenía que lidiar con la inmediata presencia de los no sé cuántos millones de allá afuera. Claro que podría preocuparme por conseguir más muebles, quizás una mesa con algunas sillas, pero todavía no estaba convencido. Por lo pronto el colchón estaba más que cómodo en la esquina oscura y el sillón no se quejaba de la luz cerca de las ventanas. Estaba cerca del trabajo y a la vez no demasiado lejos de todo el resto. Era importante no aislarse, por lo menos eso es lo que me decía mi psicóloga. Hace algún tiempo mi jefe me recomendó que buscara un psicólogo porque le pareció que lo mío era una depresión demasiado prolongada. Nunca entendí esos límites de tiempo bajo los cuales la gente decide vivir, esos no sé cuántos millones, de igual manera busqué un psicólogo. Como es obvio, la preocupación de mi jefe no tenía nada que ver conmigo sino todo con su pequeño y floreciente negocio.
Entre las tantas fantasías que alimenté en el campo de mis primeros años, estaba la de lograr plasmar momentos, instantes, recuerdos. Desde chico me llamaba la atención como todo puede cambiar en un instante; como se veía mamá regresando del kiosco del pueblo y como cambiaba la expresión de papá con su llegada. Me fascinaban los momentos que lograban marcar mi vida sin yo ni siquiera poder decidir al respecto. Lo pequeña que se veía mi hermana cuando llegó a casa por primera vez, los veranos que el dueño del campo nos dejaba usar la pileta, porque igual había que limpiar el agua, el primer día de clases y la expectativa de todos nosotros envuelta en los guardapolvos. Antes quería regresar al campo, irme lejos de la ciudad, hasta fantaseaba con tener árboles frutales y en el mejor de los casos hasta un huerto. Mi psicóloga insiste en que tengo que reencontrarme con mis antiguas aspiraciones. Pero lo que ella no sabe, porque no encuentro la inspiración para explicárselo es que no puedo regresar a eso, simplemente no puedo volver a esa versión de mí. Un día de estos voy a explicárselo, no es justo que ella sienta que estamos avanzando en la terapia, que estoy mejorando como diría ella. Es bastante joven para tener un consultorio y no quiero ser yo, quien se encargue de quitarle ese vigor y esa firme determinación en creer que todo problema tiene una solución.
Extrañamente las mujeres no tienen demasiados problemas con mi estilo de vida y no les molesta que la mayoría del tiempo este como ausente, me atrevería a pensar que hasta les parece interesante. Es desgarrador pensar que les puede interesar una persona como yo, tan falto de vida, de ganas de armar algún tipo de vínculo interpersonal con ellas que no sea la de satisfacer mi instinto coital. Me imagino que algunas de ellas quieren salvarme, sacarme de este letargo tan nostálgicamente cómodo, quizás tenga que ver con ese inevitable instinto materno. Al principio hacía un esfuerzo por aparentar interés en la conversación o en ellas más específicamente. Hacía cosas que sabía esperaban de mí, de vez en cuando flores, los eventuales chocolates, llamarlas para que se sientan extrañadas, frases para alimentar su ego. Como manda la línea general de las cosas y como era de esperarse me iba bien, caían casi todas. De vez en cuando mi conciencia aparecía con ciertos reclamos al respecto, me recordaba que antes era yo quien se rompía la cabeza pensando en ese romanticismo alternativo. Por suerte mi conciencia no insistía y se alejaba también de mí. Siendo honesto, son todas sólo fantasmas que pasan por mí y mi cama; y yo estoy totalmente consciente de que cada vez soy más crudo en cuanto a mis intenciones con ellas. El otro día, un orgasmo me dejó tan agotado que ni siquiera pude huir del lugar, acto seguido me desperté al lado de no sé cómo se llama y para colmo la sobriedad me sacudió en seco; lo recuerdo como el peor día en semanas. Todo un Bukowski como dice mí psicóloga.
Sobre todo cuando cae la noche me entretengo pensando en cómo he logrado convertirme en un animal. Como cuando tengo hambre, cojo cuando tengo ganas, me duermo cuando mi cuerpo tarda en responder, no sin antes apoyar el sueño con un Xanax o algo más verde. Un animal urbano en todo caso, porque para comer dependo de esos papelitos impresos y por ende necesito trabajar. Un soldado más que se une al ejército de los empleados. Pero muy dentro de mí sé que no puedo cambiar enteramente, es como dice mi psicóloga, soy un buen tipo. Si alguna chica insiste en buscarme después del fin, me molesto en explicarle que lo único que quería era su cuerpo. Hablo con mis padres con regularidad, les aseguro que este año voy a venir, que estoy bien, sólo pero feliz. Eso es algo que he aprendido de la vida, nunca hay que subestimar el poder de la negación. Tomo tres colectivos, me aguanto dos horas de viaje, una vez por mes para visitar a mi hermana. Hago mi trabajo como y cuando me lo piden. Creo que la rebeldía se me fue justo cuando me di cuenta de lo solitaria que es la rendición.
Tampoco logro entender como mi sueño infantil de acumular instantes, convertido más tarde en ser fotógrafo profesional se quedo estancado en tomar fotos para postales turísticas. Recuerdo con tenebrosa claridad como a los catorce decidí comenzar a trabajar para lograr mi primer sueño material: una Pentax. Llegó un 20 de enero a los dieciséis y con eso también mi locura. Rendido a la idea de poder capturar instantes en los que yo protagonizaba, tomé la decisión de hacerlo para el resto. Me dan escalofríos recordar todas estas cosas, que buenas intenciones y esperanzas tenía. Desde ese día no solté mi cámara, en el pueblo ya me venían venir y me pensaban un poco loco. Ahora mi jefe insiste en decir que soy bueno en lo que hago y que no tengo porque soñar con más. Mi psicóloga en cambio me aconseja seguir luchando para alcanzar lo que tanto quise alguna vez, todo es posible dice ella. Y yo no puedo más que acomodarme en mi mediocridad.
A veces cuando ya no tengo nada, y por alguna parte no tan olvidada todavía regresa ese rostro de vos. Regresas espeluznante entre las tiniebla para recordarme todo lo que ya no tengo. Y tu imagen es mejor que todas las anteriores; es verdad, ya no recuerdo precisamente como era tu voz, tu sonrisa también se vuelve borrosa pero yo tengo ese rostro de vos y a nuestro Benedetti. Por breves suspiros eso es lo único que tengo de vos. Inevitablemente vuelves a dejarme y como quisiera que no regresaras jamás. Y claro en cualquier película Hollywoodense es en esos instantes que debería ir a buscarte, traerte de vuelta pero no hay salida porque nunca hubo una puerta. Vuelvo a mí. La psicóloga me repite sesión tras sesión que estoy joven todavía, que voy a volver a desear a alguno de esos no sé cuantos millones de allá afuera de nuevo. Y yo no encuentro una sola palabra para gritar.
Más y más me encuentro regresando a un lugar que antes nunca había ido. Nos encontramos de pura casualidad un día que regresaba del laburo en bici. Como siempre lo único que llevaba conmigo era mi cámara, en el estuche entra prácticamente todo lo que necesito, y como no tenía ganas de regresar a casa todavía, comencé a dar vueltas sin rumbo. Después de algunas cuadras decidí dejar la bici para calentar los pies caminando, el invierno puede ser tan penetrante. Cuando estaba asegurando la bici me di cuenta que estaba frente al acuario. Las monedas sueltas del estuche me alcanzaban para entrar, así que entré. Nunca fui muy fanático del encierro de animales pero esto parecía ser un tanto diferente. Era como entrar a otro universo, era como tener el fondo del mar al alcance de mis manos. Los corales, peces, de todo; y más que nada los colores que ahí se encuentran me acogieron desde el primer encuentro, el ambiente era tan inocuo que me sentí a salvo desde el principio. A este punto ya sé a qué horas del día hay menos gente y hasta que horas puedo quedarme sentado mirando; cómodo en mi limbo paralelo. Por el mes del la preservación de los océanos abrieron el acuario la noche entera, de lejos fue la mejor noche que he tenido en años. He evitado decírselo a la psicóloga porque no me cabe duda que le daría una importancia desproporcionada, comenzaría a hablarme de cómo esto es clara evidencia de mi mejoría, de cómo sin yo ni siquiera haberme percatado, he vuelto a preferir ciertas cosas sobre otras. Porquerías absolutas, me irrita de sobremanera poder predecir lo que ella va a decir, esta terapia se vuelve más ridícula con el pasar del tiempo pero yo regreso cada vez.
Sigo teniendo la misma Pentax y hasta ahora no me había sentido tentado de salir del blanco y negro. Con la cantidad de tonalidades de color que se encuentran en el acuario quise intentarlo. A mi jefe le pareció una buena idea que intentara tomar fotos a color. A mi psicóloga no se lo mencioné porque inevitablemente tendría que mencionar mis visitas al acuario. Desgraciadamente las fotos a color no las podía revelar yo mismo en el cuarto oscuro sino que tenía que esperar que alguien más lo haga por mí. Para no desanimarme primero tomé fotos de cosas fuera del acuario. Después de algunas semanas me quedé satisfecho con el resultado en colores. Ahora tenía un nuevo objetivo, algo por lo cual despertarme a la mañana, salir del laburo y directo al acuario para plasmar a los peces más pequeños y con el color más llamativo de todos, eran rosados con sutiles líneas negras. Luego de algunos intentos fallidos desistí de la idea, simplemente no salían en las fotos. Ayer estaba sentado en uno de los bancos del acuario viéndolos, preguntándome porque eran tan difíciles de plasmar y acto seguido una chica se sentó a mi lado. Y yo le pregunte:

- ¿De dónde crees que son esos peces rosados y pequeños?

Ella me contestó:

- No veo ni un solo pez rosado.

Natalia

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