domingo, 9 de mayo de 2010

Amanda

Amanda


El mundo era cruel. Los Hombres caían sin parar. Amanda decía estar preparada para todo, pero realmente, no se encontraba en condiciones para estar preparada, peor aún para saber lo que tendría que vivir. Tenía dos plantas, dos almohadas, dos cafeteras, y dos tostadoras. La gente la miraba y ella siempre pensaba que estaba loca, o sea, que ellos pensaban que ella estaba loca. Ella sabía que lo estaba, ¿como encontrarle sentido a que todo el mundo te lo diga?

Yo, tuve el privilegio de verla pasar junto a mi un par de veces, de sentir su olor. Tenia un olor muy pesado. Algo que mi pervertido olfato nunca antes había encontrado. El par de veces, obviamente, fueron en la biblioteca de un centro de consumo ( Mall, si les gusta más ). La primera vez, llevaba un pantalón marrón y una camisa de acdc. La segunda vez, tenía una falda amarilla muy muy corta, buenas piernas. La tercera solo le miré las tetas.

Siempre la encontraba en el mismo lugar, como si ella supiera que desde ahí la podría ver al entrar, o si supiera que iba a pasar por la sección de literatura ecuatoriana, que efectivamente era necesidad vital, uno nunca sabe que se les ocurre poner en las estanterías a esa gente de las atraco-bibliotecas de los centros de consumo.

Decía que le gustaba la poesía gótica(?). Yo siempre la encontraba mirando libros de Octavio Paz. La verdad no me importaba lo que leyese. La mayoría de mujeres ni leen, o leen el suplemento familiar del domingo, y las más descaradas, esas leen COSAS, HOLA, COSMO o cualquier revista que tenga a Rihana o Sarah Parker ( no es la esposa de Spiderman ) en la portada.

La segunda vez, me miró discretamente por unos minutos. Yo revisaba, acuclillado, una nueva edición de Rayuela que nunca antes había visto y empecé a oír como sus botas caminaban, como mirándome y juzgándome, lentamente hacia mi.

-- Te gusta Cortazar?, dijo. No respondí.

-- Lees mucho verdad?, dijo. Te he visto varias veces por aquí.

No respondí. Me la quede mirando desde abajo y pensé si permanecer en esa posición sin verle las piernas o levantarme.

-- Te estoy molestando acaso?, dijo. No respondí.

Me levante pensando en cada segundo que esas piernas se alejaban de mi, le hice una mueca ( media sonrisa según yo), mire sus ojos, los fotografíe con los míos y me marche de ahí. Había prometido no enamorarme otra vez de chavitas locas. Esta no tenía más de veinte y definitivamente andaba deschavetada. O en su defecto, buscando deschavetarse.

Decía que no le gustaba leer. Le decía a su novio, a su mamá, a sus perras amigas de la facultad de comunicación social, a su hermanita cuando veían juntas un capítulo (imperdible) de gossip girl. Pero, la verdad es que amaba leer, representaba en su vida a todos sus sentimientos. Sacaba libros en las bibliotecas y los escondía debajo de sus peluches. Y, para el profesor con el que salía, leía poesía gótica. Oían Metallica mientras cogían en aquel motel que ella tanto detestaba.

El primer martes de cada mes, se reunían en la cafetería de la facultad de administración para planificar su vida juntos. Y así mantener su relación al margen. Su mamá la podía matar, él podía ser despedido y podía juguetear con el desempleo nuevamente pero necesitaba alimentar a las bocas que tenía encadenado a sus piernas. Tenían una lista con quince cafeterías, tres cines, el motel ( que por alguna extraña razón el profesor no quería cambiar nunca) y un mapa. Sorteaban los lugares en los que se iban a encontrar para, supuestamente, no dejar ningún patrón. Se veían dos veces a la semana.

El profesor, predeciblemente, estaba casado. Vivía en un departamento de dos habitaciones a lado del Ministerio de Finanzas. Su vida siempre había sido un fracaso y ahora, sin querer, se encontraba en una situación poco deseable que le llenaba de adrenalina y de miedo. Miedo de su mujer por supuesto. ¿Cómo reaccionaria si se enterara de la múltiple vida que llevaba?. Ella que lo había dejado todo para vivir la miserable vida que él le ofrecía. Ella que no tenía diez minutos libres gracias a ese par de escuincles que nacieron de su amarga semilla.

Un día antes de la tercera vez que la vi. Amanda, después de horas de coger, le había confesado al profesor que quería ser poeta. Le había hecho prometer que dejaría a su mujer y se irían a vivir juntos a un pueblito de la costa. El profesor, estúpido, enamorado del nuevo comienzo que Amanda imagino para los dos, fue esa misma noche donde Patricia, su mujer, y le dijo que había cometido el error más grande de su vida cuando decidió formar un hogar junto a ella, y que las cosas se habían puesto peor después del nacimiento de los mocosos.

-- Ni siquiera se como se llaman, dijo el profesor. Tu les pusiste los nombres sola.

-- Se llaman como tu padre y tu abuelo, imbecíl. Dijo Patricia apuntando a la cabeza del imbecíl con el teléfono inalámbrico.

La tercera vez, Amanda apareció en la biblioteca con un pedazo de tela morado pastel que apenas le cubría algo. Recogió un periódico cultural y dio media vuelta hacía la salida. No sabía que Patricia la venía siguiendo todo el día en su coche. Venía como loca con un revolver. Al subir desde el estacionamiento hasta la biblioteca, había matado a dos guardias, un conejo, un loro y a un schnauzer en la tienda de mascotas. Además, un vendedor de una oficina de Movistar, y a todos los cajeros del Mc.Donalds (se consideraba anti-imperialista).

Vio a Amanda salir de la biblioteca e inmediatamente la abordo.

-- Tu eres Amanda?, le preguntó. Amanda no supo que decir y asintió con la cabeza.

-- Poetisa de mierda, dijo. Se metió el caño en la boca y ¡BAM! se quedo sin quijada.

La sangre chorreaba por las tetas de Amanda, la gente la miraba.

-- YA SE QUE ESTOY LOCA, gritó.



Daniel D.

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