jueves, 27 de mayo de 2010

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El tracto del respiro y su querella

con polen en el aire inquietante
se mece imperceptible entre cristales
cuidadosa curación de los insectos
Incorporas piedras laja y entretanto
obnubilante
no escatimas en las fuerzas pegajosas
te manchas de babosa muy hinchada
con lecturas y pasteles
ya no eres quien tritura
ya no eres el purgante
de los sueños de las jaulas singulares
eres marcha disecada entre palabras
eres trenza inmóvil y ansiedad
con una que otra pierna regalada
brutalmente desprendida en consecuencia
la reparas con lo bajo de tus uñas
pero rascas lo escudriñas lo acaricias
como el niño que llegó y que tú fuiste
lo dejaste
sin serlo exactamente
solitario en el condumio
entre culpa que es del trigo su deseo
orificio pisoteado mientras nombras
los márgenes del caracol desaparecen
en el río de vasijas que hacen lodo
en el viento que es lo amargo inventado
y la dicha de un folleto que no tiene
vanidad de la sonrisa para arriba
el gesto que es gratuito y no es de otro
inevitable y dirigido
al crío desconsolado
que vuela entre las manos de reyerta
no son bullas es el caos la mixtura
lo contrahecho lo macabro
hasta mear los hospitales
para aquel que supone un principio
de homeostasis de corriente transitoria
súbitamente rota por el eco de otra calle
y la otra esquina adjetivada
y la otra mirada ovalada siempre tonta
con la cura en la cabeza y trashumante
agua al servicio de la cuota
los zapatos con la tiña de la grieta
la poca suerte aunque la única
capaz de solapar
capaz de sorprender
el cuello atribulado y oloroso
los tres días de lociones y sarcasmos
días todos mendigando las palabras
levantadas para colmo del ruido
del clangor desafinado de trompetas
del abuso de la cinta en los problemas
del trapecio el cuadrado en el triángulo
mejor hueco en el oído y figuras chamuscadas
mejor el pescador el carpintero el que cocina
y con trámite de fuego la ciudad que lo precede
no es lo mismo que persista que el peso desplazado
no es silencio es ardor en el encargo de epitafios
teclas trituradas en el piano y uñas largas
es curtirse y adobarse en los insultos
dar vuelta entre las páginas desnudo
ver el grifo en el párpado afectivo
una especie de tortuga atrapada en la ballena
que dispersa ambos mitos como virus

Lucas 2h36

jueves, 20 de mayo de 2010

el metro de tu ciudad

chequeen el link dejado por lucas... (a la derecha)

Merci! (Christine Rabette, 2003)

Observar paredes

Mirar Paredes

Salto por un espejo, me lanzo por otro. Vivo en sillones, por las calles, y vuelvo a caer en espejos. Todos mis días son reflejos de un hastío que vendrá mañana, y una representación de la mierda de ayer. Pero hay cosas buenas, me gusta ver las paredes. Hay también esos días en que no todo es espejos que no reflejan cosas normales. Hay temporadas en que esos días buenos son todos. A veces esas temporadas son largas, de meses inclusive. Pero cuando estoy en una de esas temporadas no me doy cuenta, hasta que se terminan; y ahí me doy cuenta de todos esos días que pasaron, ahí me doy cuenta de un sopapo que se acabaron. Entonces veo hacia atrás, y veo esos días de reflejos luminosos, son todo vacío. Es un estado inerte. No hice nada. No escribí, no lloré, no pensé. Solo en los días tumultuosos, días que tengo la capacidad de llorar, de hastiarme, de desesperarme; en esos días me doy cuenta del paso del tiempo, de los días, de las horas. ¿Qué tiene eso de importante? Sigo saltando entre espejos y viviendo en sillones. ¿Es que acaso vale la pena ser productivo, aunque eso haga sufrir, en lugar de solo pasar el tiempo con sonrisas y gustos? No se. Pero me siento vivo. Y eso tampoco sé qué tiene de importante.

Definitivamente son mejores las temporadas de espejos obscuros y tormentosos. Pero hay esos días, esos… no… esos momentos, que no se miden con medidas de tiempo convencionales. Momentos espectaculares. Momentos en que la felicidad no es frívola, en que se aleja de tal estúpida dicotomía de tristeza y alegría, de asco y gusto, de luz o de obscuridad. Son momentos que no involucran espejos ni reflejos. Momentos propios o compartidos, imposibles de definir y a veces imposible de recordar. Esos latidos son los que recuerdo. Los latidos que tuve en esos momentos, que más se asemejan a un éxtasis, y pueden ser tres latidos como también una taquicardia persistente de emoción. Como dice esa frase de Kazantzakis, el tiempo se mide de esa forma, en un latido de un corazón. En todo caso, entre estos momentos de éxtasis, prefiero los espejos tormentosos. Prefiero esperar a oscuras viendo una pared.

JME

domingo, 9 de mayo de 2010

Amanda

Amanda


El mundo era cruel. Los Hombres caían sin parar. Amanda decía estar preparada para todo, pero realmente, no se encontraba en condiciones para estar preparada, peor aún para saber lo que tendría que vivir. Tenía dos plantas, dos almohadas, dos cafeteras, y dos tostadoras. La gente la miraba y ella siempre pensaba que estaba loca, o sea, que ellos pensaban que ella estaba loca. Ella sabía que lo estaba, ¿como encontrarle sentido a que todo el mundo te lo diga?

Yo, tuve el privilegio de verla pasar junto a mi un par de veces, de sentir su olor. Tenia un olor muy pesado. Algo que mi pervertido olfato nunca antes había encontrado. El par de veces, obviamente, fueron en la biblioteca de un centro de consumo ( Mall, si les gusta más ). La primera vez, llevaba un pantalón marrón y una camisa de acdc. La segunda vez, tenía una falda amarilla muy muy corta, buenas piernas. La tercera solo le miré las tetas.

Siempre la encontraba en el mismo lugar, como si ella supiera que desde ahí la podría ver al entrar, o si supiera que iba a pasar por la sección de literatura ecuatoriana, que efectivamente era necesidad vital, uno nunca sabe que se les ocurre poner en las estanterías a esa gente de las atraco-bibliotecas de los centros de consumo.

Decía que le gustaba la poesía gótica(?). Yo siempre la encontraba mirando libros de Octavio Paz. La verdad no me importaba lo que leyese. La mayoría de mujeres ni leen, o leen el suplemento familiar del domingo, y las más descaradas, esas leen COSAS, HOLA, COSMO o cualquier revista que tenga a Rihana o Sarah Parker ( no es la esposa de Spiderman ) en la portada.

La segunda vez, me miró discretamente por unos minutos. Yo revisaba, acuclillado, una nueva edición de Rayuela que nunca antes había visto y empecé a oír como sus botas caminaban, como mirándome y juzgándome, lentamente hacia mi.

-- Te gusta Cortazar?, dijo. No respondí.

-- Lees mucho verdad?, dijo. Te he visto varias veces por aquí.

No respondí. Me la quede mirando desde abajo y pensé si permanecer en esa posición sin verle las piernas o levantarme.

-- Te estoy molestando acaso?, dijo. No respondí.

Me levante pensando en cada segundo que esas piernas se alejaban de mi, le hice una mueca ( media sonrisa según yo), mire sus ojos, los fotografíe con los míos y me marche de ahí. Había prometido no enamorarme otra vez de chavitas locas. Esta no tenía más de veinte y definitivamente andaba deschavetada. O en su defecto, buscando deschavetarse.

Decía que no le gustaba leer. Le decía a su novio, a su mamá, a sus perras amigas de la facultad de comunicación social, a su hermanita cuando veían juntas un capítulo (imperdible) de gossip girl. Pero, la verdad es que amaba leer, representaba en su vida a todos sus sentimientos. Sacaba libros en las bibliotecas y los escondía debajo de sus peluches. Y, para el profesor con el que salía, leía poesía gótica. Oían Metallica mientras cogían en aquel motel que ella tanto detestaba.

El primer martes de cada mes, se reunían en la cafetería de la facultad de administración para planificar su vida juntos. Y así mantener su relación al margen. Su mamá la podía matar, él podía ser despedido y podía juguetear con el desempleo nuevamente pero necesitaba alimentar a las bocas que tenía encadenado a sus piernas. Tenían una lista con quince cafeterías, tres cines, el motel ( que por alguna extraña razón el profesor no quería cambiar nunca) y un mapa. Sorteaban los lugares en los que se iban a encontrar para, supuestamente, no dejar ningún patrón. Se veían dos veces a la semana.

El profesor, predeciblemente, estaba casado. Vivía en un departamento de dos habitaciones a lado del Ministerio de Finanzas. Su vida siempre había sido un fracaso y ahora, sin querer, se encontraba en una situación poco deseable que le llenaba de adrenalina y de miedo. Miedo de su mujer por supuesto. ¿Cómo reaccionaria si se enterara de la múltiple vida que llevaba?. Ella que lo había dejado todo para vivir la miserable vida que él le ofrecía. Ella que no tenía diez minutos libres gracias a ese par de escuincles que nacieron de su amarga semilla.

Un día antes de la tercera vez que la vi. Amanda, después de horas de coger, le había confesado al profesor que quería ser poeta. Le había hecho prometer que dejaría a su mujer y se irían a vivir juntos a un pueblito de la costa. El profesor, estúpido, enamorado del nuevo comienzo que Amanda imagino para los dos, fue esa misma noche donde Patricia, su mujer, y le dijo que había cometido el error más grande de su vida cuando decidió formar un hogar junto a ella, y que las cosas se habían puesto peor después del nacimiento de los mocosos.

-- Ni siquiera se como se llaman, dijo el profesor. Tu les pusiste los nombres sola.

-- Se llaman como tu padre y tu abuelo, imbecíl. Dijo Patricia apuntando a la cabeza del imbecíl con el teléfono inalámbrico.

La tercera vez, Amanda apareció en la biblioteca con un pedazo de tela morado pastel que apenas le cubría algo. Recogió un periódico cultural y dio media vuelta hacía la salida. No sabía que Patricia la venía siguiendo todo el día en su coche. Venía como loca con un revolver. Al subir desde el estacionamiento hasta la biblioteca, había matado a dos guardias, un conejo, un loro y a un schnauzer en la tienda de mascotas. Además, un vendedor de una oficina de Movistar, y a todos los cajeros del Mc.Donalds (se consideraba anti-imperialista).

Vio a Amanda salir de la biblioteca e inmediatamente la abordo.

-- Tu eres Amanda?, le preguntó. Amanda no supo que decir y asintió con la cabeza.

-- Poetisa de mierda, dijo. Se metió el caño en la boca y ¡BAM! se quedo sin quijada.

La sangre chorreaba por las tetas de Amanda, la gente la miraba.

-- YA SE QUE ESTOY LOCA, gritó.



Daniel D.

Peces Rosados

Peces Rosados

Las baldosas sueltas de la vereda, las gotas dispersas del aire acondicionado y las raíces oscuras de las tipas perdieron su imagen. De a poco me fui dando cuenta de cómo y que tanto me iba distanciando de mi antigua persona. Antes, cuando caminaba por la ciudad me cuidaba de no mojarme por las gotas del aire acondicionado o por el agua oculta de algunas baldosas flojas. Siendo esta una realización no muy nueva; que volvía cada vez que me quedaba colgado, mirando al ventilador apagado del techo. Sería bueno que funcione, sobre todo porque era un verano sofocante pero no lograba convencerme de ir a cancelar la factura, más todas las multas que inevitablemente habría por no pagar la luz. Porque ahora para hacer cualquier cosa tenía que convencerme. A veces me tomaba días, hasta semanas, realmente dependía de que era.
El nuevo departamento tenía todo lo que podría llegar a necesitar; el único ambiente que tenía era amplio y las dos ventanas no daban a nada. Por lo menos estaba a salvo del monstruo de concreto, por lo menos no tenía que lidiar con la inmediata presencia de los no sé cuántos millones de allá afuera. Claro que podría preocuparme por conseguir más muebles, quizás una mesa con algunas sillas, pero todavía no estaba convencido. Por lo pronto el colchón estaba más que cómodo en la esquina oscura y el sillón no se quejaba de la luz cerca de las ventanas. Estaba cerca del trabajo y a la vez no demasiado lejos de todo el resto. Era importante no aislarse, por lo menos eso es lo que me decía mi psicóloga. Hace algún tiempo mi jefe me recomendó que buscara un psicólogo porque le pareció que lo mío era una depresión demasiado prolongada. Nunca entendí esos límites de tiempo bajo los cuales la gente decide vivir, esos no sé cuántos millones, de igual manera busqué un psicólogo. Como es obvio, la preocupación de mi jefe no tenía nada que ver conmigo sino todo con su pequeño y floreciente negocio.
Entre las tantas fantasías que alimenté en el campo de mis primeros años, estaba la de lograr plasmar momentos, instantes, recuerdos. Desde chico me llamaba la atención como todo puede cambiar en un instante; como se veía mamá regresando del kiosco del pueblo y como cambiaba la expresión de papá con su llegada. Me fascinaban los momentos que lograban marcar mi vida sin yo ni siquiera poder decidir al respecto. Lo pequeña que se veía mi hermana cuando llegó a casa por primera vez, los veranos que el dueño del campo nos dejaba usar la pileta, porque igual había que limpiar el agua, el primer día de clases y la expectativa de todos nosotros envuelta en los guardapolvos. Antes quería regresar al campo, irme lejos de la ciudad, hasta fantaseaba con tener árboles frutales y en el mejor de los casos hasta un huerto. Mi psicóloga insiste en que tengo que reencontrarme con mis antiguas aspiraciones. Pero lo que ella no sabe, porque no encuentro la inspiración para explicárselo es que no puedo regresar a eso, simplemente no puedo volver a esa versión de mí. Un día de estos voy a explicárselo, no es justo que ella sienta que estamos avanzando en la terapia, que estoy mejorando como diría ella. Es bastante joven para tener un consultorio y no quiero ser yo, quien se encargue de quitarle ese vigor y esa firme determinación en creer que todo problema tiene una solución.
Extrañamente las mujeres no tienen demasiados problemas con mi estilo de vida y no les molesta que la mayoría del tiempo este como ausente, me atrevería a pensar que hasta les parece interesante. Es desgarrador pensar que les puede interesar una persona como yo, tan falto de vida, de ganas de armar algún tipo de vínculo interpersonal con ellas que no sea la de satisfacer mi instinto coital. Me imagino que algunas de ellas quieren salvarme, sacarme de este letargo tan nostálgicamente cómodo, quizás tenga que ver con ese inevitable instinto materno. Al principio hacía un esfuerzo por aparentar interés en la conversación o en ellas más específicamente. Hacía cosas que sabía esperaban de mí, de vez en cuando flores, los eventuales chocolates, llamarlas para que se sientan extrañadas, frases para alimentar su ego. Como manda la línea general de las cosas y como era de esperarse me iba bien, caían casi todas. De vez en cuando mi conciencia aparecía con ciertos reclamos al respecto, me recordaba que antes era yo quien se rompía la cabeza pensando en ese romanticismo alternativo. Por suerte mi conciencia no insistía y se alejaba también de mí. Siendo honesto, son todas sólo fantasmas que pasan por mí y mi cama; y yo estoy totalmente consciente de que cada vez soy más crudo en cuanto a mis intenciones con ellas. El otro día, un orgasmo me dejó tan agotado que ni siquiera pude huir del lugar, acto seguido me desperté al lado de no sé cómo se llama y para colmo la sobriedad me sacudió en seco; lo recuerdo como el peor día en semanas. Todo un Bukowski como dice mí psicóloga.
Sobre todo cuando cae la noche me entretengo pensando en cómo he logrado convertirme en un animal. Como cuando tengo hambre, cojo cuando tengo ganas, me duermo cuando mi cuerpo tarda en responder, no sin antes apoyar el sueño con un Xanax o algo más verde. Un animal urbano en todo caso, porque para comer dependo de esos papelitos impresos y por ende necesito trabajar. Un soldado más que se une al ejército de los empleados. Pero muy dentro de mí sé que no puedo cambiar enteramente, es como dice mi psicóloga, soy un buen tipo. Si alguna chica insiste en buscarme después del fin, me molesto en explicarle que lo único que quería era su cuerpo. Hablo con mis padres con regularidad, les aseguro que este año voy a venir, que estoy bien, sólo pero feliz. Eso es algo que he aprendido de la vida, nunca hay que subestimar el poder de la negación. Tomo tres colectivos, me aguanto dos horas de viaje, una vez por mes para visitar a mi hermana. Hago mi trabajo como y cuando me lo piden. Creo que la rebeldía se me fue justo cuando me di cuenta de lo solitaria que es la rendición.
Tampoco logro entender como mi sueño infantil de acumular instantes, convertido más tarde en ser fotógrafo profesional se quedo estancado en tomar fotos para postales turísticas. Recuerdo con tenebrosa claridad como a los catorce decidí comenzar a trabajar para lograr mi primer sueño material: una Pentax. Llegó un 20 de enero a los dieciséis y con eso también mi locura. Rendido a la idea de poder capturar instantes en los que yo protagonizaba, tomé la decisión de hacerlo para el resto. Me dan escalofríos recordar todas estas cosas, que buenas intenciones y esperanzas tenía. Desde ese día no solté mi cámara, en el pueblo ya me venían venir y me pensaban un poco loco. Ahora mi jefe insiste en decir que soy bueno en lo que hago y que no tengo porque soñar con más. Mi psicóloga en cambio me aconseja seguir luchando para alcanzar lo que tanto quise alguna vez, todo es posible dice ella. Y yo no puedo más que acomodarme en mi mediocridad.
A veces cuando ya no tengo nada, y por alguna parte no tan olvidada todavía regresa ese rostro de vos. Regresas espeluznante entre las tiniebla para recordarme todo lo que ya no tengo. Y tu imagen es mejor que todas las anteriores; es verdad, ya no recuerdo precisamente como era tu voz, tu sonrisa también se vuelve borrosa pero yo tengo ese rostro de vos y a nuestro Benedetti. Por breves suspiros eso es lo único que tengo de vos. Inevitablemente vuelves a dejarme y como quisiera que no regresaras jamás. Y claro en cualquier película Hollywoodense es en esos instantes que debería ir a buscarte, traerte de vuelta pero no hay salida porque nunca hubo una puerta. Vuelvo a mí. La psicóloga me repite sesión tras sesión que estoy joven todavía, que voy a volver a desear a alguno de esos no sé cuantos millones de allá afuera de nuevo. Y yo no encuentro una sola palabra para gritar.
Más y más me encuentro regresando a un lugar que antes nunca había ido. Nos encontramos de pura casualidad un día que regresaba del laburo en bici. Como siempre lo único que llevaba conmigo era mi cámara, en el estuche entra prácticamente todo lo que necesito, y como no tenía ganas de regresar a casa todavía, comencé a dar vueltas sin rumbo. Después de algunas cuadras decidí dejar la bici para calentar los pies caminando, el invierno puede ser tan penetrante. Cuando estaba asegurando la bici me di cuenta que estaba frente al acuario. Las monedas sueltas del estuche me alcanzaban para entrar, así que entré. Nunca fui muy fanático del encierro de animales pero esto parecía ser un tanto diferente. Era como entrar a otro universo, era como tener el fondo del mar al alcance de mis manos. Los corales, peces, de todo; y más que nada los colores que ahí se encuentran me acogieron desde el primer encuentro, el ambiente era tan inocuo que me sentí a salvo desde el principio. A este punto ya sé a qué horas del día hay menos gente y hasta que horas puedo quedarme sentado mirando; cómodo en mi limbo paralelo. Por el mes del la preservación de los océanos abrieron el acuario la noche entera, de lejos fue la mejor noche que he tenido en años. He evitado decírselo a la psicóloga porque no me cabe duda que le daría una importancia desproporcionada, comenzaría a hablarme de cómo esto es clara evidencia de mi mejoría, de cómo sin yo ni siquiera haberme percatado, he vuelto a preferir ciertas cosas sobre otras. Porquerías absolutas, me irrita de sobremanera poder predecir lo que ella va a decir, esta terapia se vuelve más ridícula con el pasar del tiempo pero yo regreso cada vez.
Sigo teniendo la misma Pentax y hasta ahora no me había sentido tentado de salir del blanco y negro. Con la cantidad de tonalidades de color que se encuentran en el acuario quise intentarlo. A mi jefe le pareció una buena idea que intentara tomar fotos a color. A mi psicóloga no se lo mencioné porque inevitablemente tendría que mencionar mis visitas al acuario. Desgraciadamente las fotos a color no las podía revelar yo mismo en el cuarto oscuro sino que tenía que esperar que alguien más lo haga por mí. Para no desanimarme primero tomé fotos de cosas fuera del acuario. Después de algunas semanas me quedé satisfecho con el resultado en colores. Ahora tenía un nuevo objetivo, algo por lo cual despertarme a la mañana, salir del laburo y directo al acuario para plasmar a los peces más pequeños y con el color más llamativo de todos, eran rosados con sutiles líneas negras. Luego de algunos intentos fallidos desistí de la idea, simplemente no salían en las fotos. Ayer estaba sentado en uno de los bancos del acuario viéndolos, preguntándome porque eran tan difíciles de plasmar y acto seguido una chica se sentó a mi lado. Y yo le pregunte:

- ¿De dónde crees que son esos peces rosados y pequeños?

Ella me contestó:

- No veo ni un solo pez rosado.

Natalia

lunes, 3 de mayo de 2010

El constructor toca afinado

pero acá traerá su eclipse

pues inunda de conceptos al mercado

que lo insta a girar entre las huellas

entre frascos apagados y luciérnagas

a pesar de batería y matar palos

aterradas

las sin piernas

finamente ¿qué laboran con propósito?

¿el zumbido el retorno el ginecólogo?

la voz y el reducto poseían

su tremenda puñalada enriquecida

la canción del tigre

la miopía

tristemente controlada de cintura

la risa y los perros lloran quedos

todavía con sus manos garrafales

la calle la mampara la alacena

la basura recogida hasta que mientras

tras el sol que respira a la mañana

lame lágrimas del lienzo de la cara

usa ligas de la escala enrarecida

clava estacas a los lápices antiguos

seca el ojo por adentro y lo desprende

lo rebaña de la vida endurecida

rastrojos en la vía de la nada

o meado en lo púgil de la cría

olvídate energía sostener el agua dulce

que se cae del retiro de la bolsa

que se cae de lo trémulo del gesto

olvídate correo avisorar

pues no hay ojos en las letras de su dueño

no hay celos en los granos del postor

hasta tanto en su sábana arrugada

el constructor mide su espera

dice tal y como cual lo hubiese dicho

dice melba dice estor dice estornino

que camina en su cabeza amanecido


Lucas 02h30

domingo, 2 de mayo de 2010

Sobriedad

Sobriedad

L se había sentado, en ese banquito al borde de la laguna, donde suele caer cuando se encuentra en ese estado de ánimo. ¿Qué estado de ánimo? Ese desconcertante. Esos días en los que simplemente no sabía que hacer- había en ese estado una mezcla entre aburrimiento y desesperación. Días en que quería hacer algo, y ese algo era algo muy específico, el problema era que no sabía qué era ese algo. Entonces L estaba sentado, con su abrigo en medio del abrumador calor, y sus ojos clavados en las piedras a sus pies, y sus oídos clavados en las ridículas conversaciones de los ridículos estudiantes sentados en grupos alrededor del lago. Estaba sobrio. No porros, no trago. Solo tabacos y acababa de terminarse un carísimo café. Odiaba estar sobrio, algo que se había dado cuenta hace poco, meses máximo. La sensación de no encontrar el algo que hablamos se agravaba y le carcomía peor cuando estaba sobrio. Eso es lo que odiaba de ese estado. Era la ausencia de un estado mental interesante. Estar sobrio era la nada. Pero bueno, L estaba sentado en la laguna.

Se acercaron a su mesa de metal forjado dos tipos, un hombre y una mujer. Parecían amantes pero solo por impresión. Él era un tipo con cara de intelectual de novela argentina, algún personaje salido de un cuento cortazariano o de una película de Subiela. Llevaba una carpeta de cuero bajo el brazo, los pelos desordenados y una barba que había sido afeitada hace unos pocos días. Tenía puesto una camisa blanca, que daba aspecto a que era la misma que se había puesto el día anterior, y quizá el anterior también, una chaqueta de tela café que parecía casi un abrigo, y pantalones beige. Sin embargo, su aspecto era amigable. Ella era… más fácil de describir en todo caso, era igual que L en aspecto. Vestida enteramente de negro, su maquillaje también, mirada seria y gótica, con una actitud completamente despreocupada de su entorno. Jamás se le había acercado nadie en ese lugar, máximo un guardia a decirle que se largue porque ya eran las 9.

Desde que les vio venir a lo lejos supo que venían hacia él. Los dos caminaron en silencio juntos observándole, el hombre con un esbozo de media sonrisa y ella… sólo le miraba. Se acercaron y ella se sentó en la única silla vacía de metal forjado, él arrastró una enorme piedra a la mesa y se sentó en ella. Ninguno decía nada, L no alzó su vista del piso y ellos no le quitaban los ojos de encima.

-Soy H, ella es C-. Dijo mientras abría la carpeta y ponía unos papeles en la mesa, entonces L se paró y se quedó en silencio con la mirada todavía en el piso. Ellos sólo le observaban sin hablar. Metió un lapidario puñete en la nariz a H que cayó estrepitosamente de su piedra y luego regresó la mirada a C, que lo miraba con una sonrisa. Se acercó a ella muy tiernamente y sonrió. Luego le lanzó un puñete aun con más fuerza que el que recibió H, directo en el ojo derecho, tumbándola a ella junto con su pesada silla de metal forjado. Cogió los papeles y la carpeta, y se alejó caminando despacio con una discreta sonrisa por fuera, y una enorme sonrisa por dentro.


JME 02h50