lunes, 20 de septiembre de 2010

11y27

Alcancías con alcanfor
Esperan amaneceres que no llegan
Ya es medio día
Y sigo esperando
Alcancías con cianuro
Harto de esperar
Espero
Inerte
Algo para que las luces verdes se aquieten
Y darme tiempo
Fugas sin principios
Palizas sin aviso
Inercias sin piedad
Salir de los escombros y buscar…
Chocar contra
Todo es lo mismo
Y esperar al tiempo
El mandato es ese
Sin locura
Sin hastío
Solo una podredumbre
Que he escogido yo mismo
He cavado mi propio hueco
Saldré algún día
Talvez la salida está abajo
Cavando más profundamente
Adentrándome en mi destino
con una alcancía de voluntad

JME

domingo, 19 de septiembre de 2010

Instructions on how to cry

Instructions on how to cry


Today I am the crazier person because I bought an onion at the farmers market. That onion made me cry and so naturally it reminded me of you. I opened my notebook and read from a list of questions starting at the top “How did you decide to become the type of person who wears tattered straw hat?” “Has there been one night where you have gotten very drunk and kicked over a potted plant, sick with the realization that you have lost me?” “ Would you mind tracing your shoulders onto a large piece of paper so I can see if they are as narrow as I remember?”

The onion of course, didn’t answer. It really had you down.


C

it's about

it's about transitions; movement, change. in time, space, placement, displacement.
it’s about finding out that life, and art actually works best when simple, uncomplicated.
it's about K.I.S.S (keep it simple, stupid!)
it's about being slightly different, totally you.
its about a process. an art process. a life process. a process of development.
its about finding out what works and what doesn't.
its about learning about yourself, about your art-through your art.
it's about trying to familiarize, universalize, and not make yourself the center of attention.
it's about changes, both drastic and negligible, or at least the seemingly negligible.
it’s about it being my space; my TV, my lampshade, my sofa set, but how it could also be yours.
it’s about the presence of humans, not simply human presence.
it’s about inanimate objects, living things and human being.
it’s about starting off on tippy-toes to realize that you've actually started taking bold steps.
it’s about the difference between looking and staring, scanning and processing, scrolling and taking in.
it’s about paying respect to a space and acknowledging how much it endures.
it’s about unscrewing a bottle, putting it to your mouth, and swallowing your vitamins.
it’s about a simple line, and how it can make you feel. about wrapping lines and how they make you feel, soft lines, and hard lines, dark lines and faint lines.
it’s simply about a line.

C

martes, 10 de agosto de 2010

pensarte

Pensarte

Miento si digo que no te he pensado.
Miento si digo que me ha acalambrado de tanto pensarte.
Te he pensado en la mitad, que es peor.
De una forma sencillamente constante y sencillamente tenue.
No se me ocurre una forma más eficiente de inmiscuirte en mi.
Lo que le hace la peor forma es que no alcanzo en qué parte de mi.
Estas.

FL

miércoles, 4 de agosto de 2010

sala de partos

Hoy el agua de la vida me ha salpicado en la cara,
y yo, disgustado, le he escupido de vuelta.
¡Cuánto dolor, cuánto sufrimiento en este mundo!
Hoy, el primer grito de la vida me ha golpeado los tímpanos,
y yo, frustrado, le he gritado de vuelta.
Hoy he visto al más pequeño de todos morir,
Y he podido llorar y reír al mismo tiempo.
Nacer, morir, sufrir…TODO ES LO MISMO.
30/04/2010

Tirico

Cuatro Años Después...

Y ahora, ¿cómo acostumbrarse a su ausencia?
La ame mucho y la sigo amando; si es que ese es un sentimiento que se puede definir. Con ella todo era siempre nuevo, siempre excitante. Hasta las peleas y reconciliaciones constantes eran, en su manera algo retorcida, hermosas.
En un principio me invadió la ira y el orgullo. Luego la tristeza. Ahora solo me queda una ansiedad intensa que no me abandona. Una sensación de vacío en el estomago, un insomnio incontrolable.
¿Cómo se puede tener síndrome de abstinencia de una persona, de un cuerpo, de una conversación, de una sonrisa, de un calor a tu lado? ¿Cómo puedes sufrir físicamente ante la ausencia de una rutina al lado de alguien? Creo que nunca llegare a entender eso.
¿Qué me queda ahora? Noches interminables despierto y solo. Una relación enfermiza con mi computadora, con mis sabanas, con mis manos. Una cámara fotográfica en paro. Un montón de memorias conjuntas que se quedaron a medias. Un teclado y una pantalla en blanco.
En fin la misma desesperación, las mismas madrugadas; una nada inmensa y como siempre un futuro incierto… futuro en el que ella ya no estará más a mi lado.
Realizado en la madrugada del primero de agosto del 2010.

martes, 20 de julio de 2010

Peguche azul


Peguche Azul

Caminatas en un bosque pesado, las sombras te chocan y sigues los pies de los pies del de adelante. Esas piedras en el camino parecen estar completamente sueltas, no hay piso debajo de ellas. Tal vez por eso es que estoy tan inestable. Talvez, creo que es la mezcla de músicas llegando por todo lado. Y la gente, tanta gente, y todos tan diferentes. Llegamos a la cascada, se ven entre destellos de linternas y celulares a cuerpos azulinos mojándose y gritando bajo ese grifo enorme. Y baja tan azul, solo veo todo azul. No hay luna, parece que se ha filtrado y solo nos dejó el color que suele dar a con su luz, azul de luna. Y el agua cae a chorros como vaciando a la luna, y ellos lo aguantan tan bien, y gritan y se mojan, y se lavan esos cabellos largos y azules con agua azul que cae sobre sus cuerpos azules. Algunos usan ortigas azules para que en verdad sea un baño completo. Yo creo que paso la ortiga azul, pero el agua azul es lo que me atrae. Quiero un poco de azul. Entonces me fumo una hierba azul en una pipa celeste… y ahora las ganas de frío están más presentes. Sigo inestable, será que dentro del azul me estabilice o quizá me voy con la corriente. Las dos opciones me atraen así que sigo a algunos que ya entraron antes, y ya están completamente azules y brillando y gritando de emoción, no de frío. No se a que hora me saqué la ropa y entro en ese riachuelo cerúleo. No está tan frío como me esperaba, está como quería. No veo nada y de repente solo veo que mi cuerpo se ha contagiado con ese color pegajoso, tranquilo y emotivo que es el azul. Inmediatamente me cuelgo de la superficie sacando solo la nariz y me agarro con las manos de unas piedras esperando a que me lleve la corriente. El frío realmente tiene capacidad de entrar hasta lo más profundo de uno, el calor parece siempre salir del propio cuerpo, pero este frío estaba entrando. Entraba como un corrientazo azul, ¿qué noche más azul que esta? Abrí los ojos, no me había dado cuenta que estaban cerrados, y ví verde. Por fin un color distinto. Pero no es del todo verde tampoco, el azul no se ha ido del todo. Salgo y ya no estoy inestable. Ya siento el piso en mis pies. Pero estoy templado. Ese frío azul me sacó del blanco para poder alistarme a la obscuridad que se venía.

03h27

JME

domingo, 20 de junio de 2010

Coprofilia

¡”Interno!, la señora del 2 tiene constipación”. Esa era la frase, la indicación, y la experiencia. Entro al cubículo y empieza la interrogación a la paciente que casi con solo verla ya se esperaba un solo final. Quito, cuarto de emergencias, domingo a las 8 de la noche, una señora de 60 años en una camilla con una barriga enorme, cara de dolor con pujo, y…constipación. “Cómo está señora? Cuénteme qué le pasa”, ah, es que no puede cagar desde hace 8 días. OCHO días. La radiografía ya había mostrado que heces había en todo el trayecto de su dilatado intestino, y que al final del trayecto había un ovillo enorme de mierda compactada, un cacoma. Así que el trabajo era fácil y simple, desimpactar el cacoma. Ese es el nombre mismo del procedimiento, desimpactación fecal. Resulta que cuando uno tiene la mala suerte de que tus tripas ya no tengan las agallas de poder expulsar la mierda, se seca ya hacia la puerta de salida, y se endurece. Entonces más mierda que va llegando desde la boca se va pegando y se va secando, y se forma una bola seca, que ya no puede caber por el diámetro del orto y no va a salir cómoda y placenteramente como en el dispensador de un cagante feliz.

“Señora mía…” y créanme que le tenía pena. “…ya regreso, vamos a tener que … mmm...” cómo explico esto de una forma fácil. No, fácil de entender lo es; cómo explico esto de una forma conciliadora. No había. “tendré que meter mi dedo y ayudarle a quitar ese tapón, después el trabajo y el placer de vaciarse por fin en una semana, es todo suyo.” Qué bien conciliado! Salgo y me pongo encima 10 guantes en la mano derecha, uno en la izquierda, una mascarilla, y una botellita de lubricante que solo sería usado en el primer intento, luego ya estoy seguro que no haría falta. Alguna gente se pone batas, gafas y gorro para una desimpactación fecal. Pero algunos no. Ella lo iba a pasar peor que yo, y es lo suficientemente extraño ya que un tipejo que recién conoces te vaya a “ayudar a quitar ese tapón” como para que encima entre disfrazado como si fuera algo tóxico o peligroso. Entré como para darle la intención de que lo hago sin la menor duda, vacilación, desconfianza o asco. Eso sobre todo, tengo que demostrarle, con la ayuda de algún sentimiento coprofílico fetichista refundido en mi subconsciente, que lo hago sin asco, y si es posible, con gusto!

“Póngase de lado por favor como le expliqué”, lubrique el dedo, abra la voluptuosa nalga y dele. Sentí inmediatamente al culpable. Tuve que escarbar un poco para poder partirlo en dos partes, y luego solo ir moviendo el dedo en círculos, en medio de quejidos lastimeros, o por lo menos quejidos de no saber qué carajos se está sintiendo. Al mover el dedo en círculos, de adelante a tras, de un lado al otro, aplastar pedacitos contra las paredes para que se disuelvan, y tantos otros movimientos improvisados como quien disuelve las bolas de cerelac en un vaso de leche, se provocó ya una pequeña salida de lo que venía detrás. Pero bueno, ya está un poco suelto, ahora hay que sacar un poco. Saco el dedo y botó el primer guante al basurero. Para esto ya empezó a salir un líquido espeso y grumoso y la respiración de la víctima seguía muy acelerada. Entra de nuevo el segundo dedo, ya lubricado por este líquido cada vez más abundante, y ahora ya no tiene que desimpactar, agarró lo que puedo con el dedo hecho gancho y lo saco de un movimiento pero no esperaba que al ya causar un alivio en la presión de la mierda de atrás y de los tantos enemas que intentar vaciarlo, saldría un chorro de mierda líquida disparádo fuera de la camilla, rozó mi desnudo brazo y cayó sonora y estrepitosamente al piso acompañado de un “AAAHHHHGGGG!!!” que hasta ahora no logro saber si fue o no un grito de alivio. Se escucharon risas fuera de la cortina, de unos cabrones que sabían a lo que entré y se imaginaban lo peor. Pues bueno, me saco el segundo guante y lo boto al basurero con los trozos que logró sacar. Entra de nuevo y se repite el proceso, aunque ya no sale ese maldito chisguetazo. Lo que sea que me mantiene haciendo esto con sorprendente destreza también ha logrado hacer que no asome por mi cara esbozo de asco, mueca alguna o pensamiento siquiera de que lo que estoy haciendo es algo repulsivo. Estoy sacando la mierda del trasero de una pobre mujer que no puede hacerlo por sí misma, carajo, y hasta hago que salga a chorros!! Vuelvo y boto el guante y lo hago hasta terminar con los 10 guantes con los que entré, 9 por supuesto, uno quedó puesto para tener la decencia de pegarle una limpiadita a la doña con pañitos de agua y decirle que ahora vaya al baño y tenga un momento a solas con su intestino y se exorcice de ese dragón de mierda que lleva dentro.

Momentos después sale del baño una mujer que por fin no camina encorvada, con la boca y todos los músculos de la cara agotados de tanto fruncir, y me dice casi contenta “venga a ver doctor, realmente cree que haya más?” El residente que está al lado mío se ríe y me dice “realmente quiere que vayas a ver, jajaja”, asumiendo que yo no quiero ir a ver. ¿Cómo me voy a perder eso? Yo lo saqué con la mano, es prácticamente obra mía. Entro al baño con sonrisa casi orgullosa dedicada a las sorprendidas enfermeras y miré un escusado café. Desde el fondo hasta casi la tapa, y solo admiré una montaña de mierda que podría describir como asombrosa. Salí y le dije de frente a la exorcizada “probablemente señora, probablemente”.

23h00 Mandrake

sábado, 12 de junio de 2010

Como ser un gran escritor

COMO SER UN GRAN ESCRITOR


tienes que cojerte a muchas mujeres

bellas mujeres,

y escribir unos pocos poemas de amor decentes

y no te preocupes por la edad

y los nuevos talentos.

Sólo toma más cerveza, más y más cerveza.

Anda al hipódromo por lo menos una vez

a la semana

y gana

si es posible.

aprender a ganar es difícil,

cualquier pendejo puede ser un buen perdedor.

y no olvides tu Brahms,

tu Bach y tu

cerveza.

no te exijas.

duerme hasta el mediodía.

evita las tarjetas de crédito

o pagar cualquier cosa en término.

acuérdate de que no hay un pedazo de culo

en este mundo que valga más de 50 dólares

(en 1977).

y si tienes capacidad de amar

ámate a ti mismo primero

pero siempre sé consciente de la posibilidad de

la total derrota

ya sea por buenas o malas razones.

un sabor temprano de la muerte no es necesariamente

una mala cosa.

quédate afuera de las iglesias y los bares y los museos

y como las arañas, sé

paciente,

el tiempo es la cruz de todos.

más

el exilio

la derrota

la traición

toda esa basura.

quédate con la cerveza,

la cerveza es continua sangre.

una amante continua.

agarra una buena máquina de escribir

y mientras los pasos van y vienen

más allá de tu ventana

dale duro a esa cosa,

dale duro.

haz de eso una pelea de peso pesado.

haz como el toro en la primer embestida.

y recuerda a los perros viejos,

que pelearon tan bien:

Hemingway, Celine, Dostoievski, Hamsun.

si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas

como te está pasando a ti ahora,

sin mujeres

sin comida

sin esperanza...

entonces no estás listo

toma más cerveza.

hay tiempo.

y si no hay,

está bien

igual.


Charles Bukowski

jueves, 10 de junio de 2010

escribir por escribir

Escribir por escribir

Escoger, decidir. Decidir, optar. Optar, decidir o escoger entre una vida de sentido y una vida de goce. De sentido en el sentido que cada acción en cada segundo tenga un sentido, un fin, una trascendencia. De goce en el sentido de que el único sentido sea de goce, de gusto, de complacencia. Qué escogemos si no está claro si el goce esta en el sentido o si el sentido esta en el goce. No escogemos ni optamos, dejamos ser al sentido y al goce. Decidimos dejar ser: vivir por vivir.

El sentido de escribir o el goce de escribir. Ninguno: escribir por escribir.

F L

jueves, 27 de mayo de 2010

--

--
El tracto del respiro y su querella

con polen en el aire inquietante
se mece imperceptible entre cristales
cuidadosa curación de los insectos
Incorporas piedras laja y entretanto
obnubilante
no escatimas en las fuerzas pegajosas
te manchas de babosa muy hinchada
con lecturas y pasteles
ya no eres quien tritura
ya no eres el purgante
de los sueños de las jaulas singulares
eres marcha disecada entre palabras
eres trenza inmóvil y ansiedad
con una que otra pierna regalada
brutalmente desprendida en consecuencia
la reparas con lo bajo de tus uñas
pero rascas lo escudriñas lo acaricias
como el niño que llegó y que tú fuiste
lo dejaste
sin serlo exactamente
solitario en el condumio
entre culpa que es del trigo su deseo
orificio pisoteado mientras nombras
los márgenes del caracol desaparecen
en el río de vasijas que hacen lodo
en el viento que es lo amargo inventado
y la dicha de un folleto que no tiene
vanidad de la sonrisa para arriba
el gesto que es gratuito y no es de otro
inevitable y dirigido
al crío desconsolado
que vuela entre las manos de reyerta
no son bullas es el caos la mixtura
lo contrahecho lo macabro
hasta mear los hospitales
para aquel que supone un principio
de homeostasis de corriente transitoria
súbitamente rota por el eco de otra calle
y la otra esquina adjetivada
y la otra mirada ovalada siempre tonta
con la cura en la cabeza y trashumante
agua al servicio de la cuota
los zapatos con la tiña de la grieta
la poca suerte aunque la única
capaz de solapar
capaz de sorprender
el cuello atribulado y oloroso
los tres días de lociones y sarcasmos
días todos mendigando las palabras
levantadas para colmo del ruido
del clangor desafinado de trompetas
del abuso de la cinta en los problemas
del trapecio el cuadrado en el triángulo
mejor hueco en el oído y figuras chamuscadas
mejor el pescador el carpintero el que cocina
y con trámite de fuego la ciudad que lo precede
no es lo mismo que persista que el peso desplazado
no es silencio es ardor en el encargo de epitafios
teclas trituradas en el piano y uñas largas
es curtirse y adobarse en los insultos
dar vuelta entre las páginas desnudo
ver el grifo en el párpado afectivo
una especie de tortuga atrapada en la ballena
que dispersa ambos mitos como virus

Lucas 2h36

jueves, 20 de mayo de 2010

el metro de tu ciudad

chequeen el link dejado por lucas... (a la derecha)

Merci! (Christine Rabette, 2003)

Observar paredes

Mirar Paredes

Salto por un espejo, me lanzo por otro. Vivo en sillones, por las calles, y vuelvo a caer en espejos. Todos mis días son reflejos de un hastío que vendrá mañana, y una representación de la mierda de ayer. Pero hay cosas buenas, me gusta ver las paredes. Hay también esos días en que no todo es espejos que no reflejan cosas normales. Hay temporadas en que esos días buenos son todos. A veces esas temporadas son largas, de meses inclusive. Pero cuando estoy en una de esas temporadas no me doy cuenta, hasta que se terminan; y ahí me doy cuenta de todos esos días que pasaron, ahí me doy cuenta de un sopapo que se acabaron. Entonces veo hacia atrás, y veo esos días de reflejos luminosos, son todo vacío. Es un estado inerte. No hice nada. No escribí, no lloré, no pensé. Solo en los días tumultuosos, días que tengo la capacidad de llorar, de hastiarme, de desesperarme; en esos días me doy cuenta del paso del tiempo, de los días, de las horas. ¿Qué tiene eso de importante? Sigo saltando entre espejos y viviendo en sillones. ¿Es que acaso vale la pena ser productivo, aunque eso haga sufrir, en lugar de solo pasar el tiempo con sonrisas y gustos? No se. Pero me siento vivo. Y eso tampoco sé qué tiene de importante.

Definitivamente son mejores las temporadas de espejos obscuros y tormentosos. Pero hay esos días, esos… no… esos momentos, que no se miden con medidas de tiempo convencionales. Momentos espectaculares. Momentos en que la felicidad no es frívola, en que se aleja de tal estúpida dicotomía de tristeza y alegría, de asco y gusto, de luz o de obscuridad. Son momentos que no involucran espejos ni reflejos. Momentos propios o compartidos, imposibles de definir y a veces imposible de recordar. Esos latidos son los que recuerdo. Los latidos que tuve en esos momentos, que más se asemejan a un éxtasis, y pueden ser tres latidos como también una taquicardia persistente de emoción. Como dice esa frase de Kazantzakis, el tiempo se mide de esa forma, en un latido de un corazón. En todo caso, entre estos momentos de éxtasis, prefiero los espejos tormentosos. Prefiero esperar a oscuras viendo una pared.

JME

domingo, 9 de mayo de 2010

Amanda

Amanda


El mundo era cruel. Los Hombres caían sin parar. Amanda decía estar preparada para todo, pero realmente, no se encontraba en condiciones para estar preparada, peor aún para saber lo que tendría que vivir. Tenía dos plantas, dos almohadas, dos cafeteras, y dos tostadoras. La gente la miraba y ella siempre pensaba que estaba loca, o sea, que ellos pensaban que ella estaba loca. Ella sabía que lo estaba, ¿como encontrarle sentido a que todo el mundo te lo diga?

Yo, tuve el privilegio de verla pasar junto a mi un par de veces, de sentir su olor. Tenia un olor muy pesado. Algo que mi pervertido olfato nunca antes había encontrado. El par de veces, obviamente, fueron en la biblioteca de un centro de consumo ( Mall, si les gusta más ). La primera vez, llevaba un pantalón marrón y una camisa de acdc. La segunda vez, tenía una falda amarilla muy muy corta, buenas piernas. La tercera solo le miré las tetas.

Siempre la encontraba en el mismo lugar, como si ella supiera que desde ahí la podría ver al entrar, o si supiera que iba a pasar por la sección de literatura ecuatoriana, que efectivamente era necesidad vital, uno nunca sabe que se les ocurre poner en las estanterías a esa gente de las atraco-bibliotecas de los centros de consumo.

Decía que le gustaba la poesía gótica(?). Yo siempre la encontraba mirando libros de Octavio Paz. La verdad no me importaba lo que leyese. La mayoría de mujeres ni leen, o leen el suplemento familiar del domingo, y las más descaradas, esas leen COSAS, HOLA, COSMO o cualquier revista que tenga a Rihana o Sarah Parker ( no es la esposa de Spiderman ) en la portada.

La segunda vez, me miró discretamente por unos minutos. Yo revisaba, acuclillado, una nueva edición de Rayuela que nunca antes había visto y empecé a oír como sus botas caminaban, como mirándome y juzgándome, lentamente hacia mi.

-- Te gusta Cortazar?, dijo. No respondí.

-- Lees mucho verdad?, dijo. Te he visto varias veces por aquí.

No respondí. Me la quede mirando desde abajo y pensé si permanecer en esa posición sin verle las piernas o levantarme.

-- Te estoy molestando acaso?, dijo. No respondí.

Me levante pensando en cada segundo que esas piernas se alejaban de mi, le hice una mueca ( media sonrisa según yo), mire sus ojos, los fotografíe con los míos y me marche de ahí. Había prometido no enamorarme otra vez de chavitas locas. Esta no tenía más de veinte y definitivamente andaba deschavetada. O en su defecto, buscando deschavetarse.

Decía que no le gustaba leer. Le decía a su novio, a su mamá, a sus perras amigas de la facultad de comunicación social, a su hermanita cuando veían juntas un capítulo (imperdible) de gossip girl. Pero, la verdad es que amaba leer, representaba en su vida a todos sus sentimientos. Sacaba libros en las bibliotecas y los escondía debajo de sus peluches. Y, para el profesor con el que salía, leía poesía gótica. Oían Metallica mientras cogían en aquel motel que ella tanto detestaba.

El primer martes de cada mes, se reunían en la cafetería de la facultad de administración para planificar su vida juntos. Y así mantener su relación al margen. Su mamá la podía matar, él podía ser despedido y podía juguetear con el desempleo nuevamente pero necesitaba alimentar a las bocas que tenía encadenado a sus piernas. Tenían una lista con quince cafeterías, tres cines, el motel ( que por alguna extraña razón el profesor no quería cambiar nunca) y un mapa. Sorteaban los lugares en los que se iban a encontrar para, supuestamente, no dejar ningún patrón. Se veían dos veces a la semana.

El profesor, predeciblemente, estaba casado. Vivía en un departamento de dos habitaciones a lado del Ministerio de Finanzas. Su vida siempre había sido un fracaso y ahora, sin querer, se encontraba en una situación poco deseable que le llenaba de adrenalina y de miedo. Miedo de su mujer por supuesto. ¿Cómo reaccionaria si se enterara de la múltiple vida que llevaba?. Ella que lo había dejado todo para vivir la miserable vida que él le ofrecía. Ella que no tenía diez minutos libres gracias a ese par de escuincles que nacieron de su amarga semilla.

Un día antes de la tercera vez que la vi. Amanda, después de horas de coger, le había confesado al profesor que quería ser poeta. Le había hecho prometer que dejaría a su mujer y se irían a vivir juntos a un pueblito de la costa. El profesor, estúpido, enamorado del nuevo comienzo que Amanda imagino para los dos, fue esa misma noche donde Patricia, su mujer, y le dijo que había cometido el error más grande de su vida cuando decidió formar un hogar junto a ella, y que las cosas se habían puesto peor después del nacimiento de los mocosos.

-- Ni siquiera se como se llaman, dijo el profesor. Tu les pusiste los nombres sola.

-- Se llaman como tu padre y tu abuelo, imbecíl. Dijo Patricia apuntando a la cabeza del imbecíl con el teléfono inalámbrico.

La tercera vez, Amanda apareció en la biblioteca con un pedazo de tela morado pastel que apenas le cubría algo. Recogió un periódico cultural y dio media vuelta hacía la salida. No sabía que Patricia la venía siguiendo todo el día en su coche. Venía como loca con un revolver. Al subir desde el estacionamiento hasta la biblioteca, había matado a dos guardias, un conejo, un loro y a un schnauzer en la tienda de mascotas. Además, un vendedor de una oficina de Movistar, y a todos los cajeros del Mc.Donalds (se consideraba anti-imperialista).

Vio a Amanda salir de la biblioteca e inmediatamente la abordo.

-- Tu eres Amanda?, le preguntó. Amanda no supo que decir y asintió con la cabeza.

-- Poetisa de mierda, dijo. Se metió el caño en la boca y ¡BAM! se quedo sin quijada.

La sangre chorreaba por las tetas de Amanda, la gente la miraba.

-- YA SE QUE ESTOY LOCA, gritó.



Daniel D.

Peces Rosados

Peces Rosados

Las baldosas sueltas de la vereda, las gotas dispersas del aire acondicionado y las raíces oscuras de las tipas perdieron su imagen. De a poco me fui dando cuenta de cómo y que tanto me iba distanciando de mi antigua persona. Antes, cuando caminaba por la ciudad me cuidaba de no mojarme por las gotas del aire acondicionado o por el agua oculta de algunas baldosas flojas. Siendo esta una realización no muy nueva; que volvía cada vez que me quedaba colgado, mirando al ventilador apagado del techo. Sería bueno que funcione, sobre todo porque era un verano sofocante pero no lograba convencerme de ir a cancelar la factura, más todas las multas que inevitablemente habría por no pagar la luz. Porque ahora para hacer cualquier cosa tenía que convencerme. A veces me tomaba días, hasta semanas, realmente dependía de que era.
El nuevo departamento tenía todo lo que podría llegar a necesitar; el único ambiente que tenía era amplio y las dos ventanas no daban a nada. Por lo menos estaba a salvo del monstruo de concreto, por lo menos no tenía que lidiar con la inmediata presencia de los no sé cuántos millones de allá afuera. Claro que podría preocuparme por conseguir más muebles, quizás una mesa con algunas sillas, pero todavía no estaba convencido. Por lo pronto el colchón estaba más que cómodo en la esquina oscura y el sillón no se quejaba de la luz cerca de las ventanas. Estaba cerca del trabajo y a la vez no demasiado lejos de todo el resto. Era importante no aislarse, por lo menos eso es lo que me decía mi psicóloga. Hace algún tiempo mi jefe me recomendó que buscara un psicólogo porque le pareció que lo mío era una depresión demasiado prolongada. Nunca entendí esos límites de tiempo bajo los cuales la gente decide vivir, esos no sé cuántos millones, de igual manera busqué un psicólogo. Como es obvio, la preocupación de mi jefe no tenía nada que ver conmigo sino todo con su pequeño y floreciente negocio.
Entre las tantas fantasías que alimenté en el campo de mis primeros años, estaba la de lograr plasmar momentos, instantes, recuerdos. Desde chico me llamaba la atención como todo puede cambiar en un instante; como se veía mamá regresando del kiosco del pueblo y como cambiaba la expresión de papá con su llegada. Me fascinaban los momentos que lograban marcar mi vida sin yo ni siquiera poder decidir al respecto. Lo pequeña que se veía mi hermana cuando llegó a casa por primera vez, los veranos que el dueño del campo nos dejaba usar la pileta, porque igual había que limpiar el agua, el primer día de clases y la expectativa de todos nosotros envuelta en los guardapolvos. Antes quería regresar al campo, irme lejos de la ciudad, hasta fantaseaba con tener árboles frutales y en el mejor de los casos hasta un huerto. Mi psicóloga insiste en que tengo que reencontrarme con mis antiguas aspiraciones. Pero lo que ella no sabe, porque no encuentro la inspiración para explicárselo es que no puedo regresar a eso, simplemente no puedo volver a esa versión de mí. Un día de estos voy a explicárselo, no es justo que ella sienta que estamos avanzando en la terapia, que estoy mejorando como diría ella. Es bastante joven para tener un consultorio y no quiero ser yo, quien se encargue de quitarle ese vigor y esa firme determinación en creer que todo problema tiene una solución.
Extrañamente las mujeres no tienen demasiados problemas con mi estilo de vida y no les molesta que la mayoría del tiempo este como ausente, me atrevería a pensar que hasta les parece interesante. Es desgarrador pensar que les puede interesar una persona como yo, tan falto de vida, de ganas de armar algún tipo de vínculo interpersonal con ellas que no sea la de satisfacer mi instinto coital. Me imagino que algunas de ellas quieren salvarme, sacarme de este letargo tan nostálgicamente cómodo, quizás tenga que ver con ese inevitable instinto materno. Al principio hacía un esfuerzo por aparentar interés en la conversación o en ellas más específicamente. Hacía cosas que sabía esperaban de mí, de vez en cuando flores, los eventuales chocolates, llamarlas para que se sientan extrañadas, frases para alimentar su ego. Como manda la línea general de las cosas y como era de esperarse me iba bien, caían casi todas. De vez en cuando mi conciencia aparecía con ciertos reclamos al respecto, me recordaba que antes era yo quien se rompía la cabeza pensando en ese romanticismo alternativo. Por suerte mi conciencia no insistía y se alejaba también de mí. Siendo honesto, son todas sólo fantasmas que pasan por mí y mi cama; y yo estoy totalmente consciente de que cada vez soy más crudo en cuanto a mis intenciones con ellas. El otro día, un orgasmo me dejó tan agotado que ni siquiera pude huir del lugar, acto seguido me desperté al lado de no sé cómo se llama y para colmo la sobriedad me sacudió en seco; lo recuerdo como el peor día en semanas. Todo un Bukowski como dice mí psicóloga.
Sobre todo cuando cae la noche me entretengo pensando en cómo he logrado convertirme en un animal. Como cuando tengo hambre, cojo cuando tengo ganas, me duermo cuando mi cuerpo tarda en responder, no sin antes apoyar el sueño con un Xanax o algo más verde. Un animal urbano en todo caso, porque para comer dependo de esos papelitos impresos y por ende necesito trabajar. Un soldado más que se une al ejército de los empleados. Pero muy dentro de mí sé que no puedo cambiar enteramente, es como dice mi psicóloga, soy un buen tipo. Si alguna chica insiste en buscarme después del fin, me molesto en explicarle que lo único que quería era su cuerpo. Hablo con mis padres con regularidad, les aseguro que este año voy a venir, que estoy bien, sólo pero feliz. Eso es algo que he aprendido de la vida, nunca hay que subestimar el poder de la negación. Tomo tres colectivos, me aguanto dos horas de viaje, una vez por mes para visitar a mi hermana. Hago mi trabajo como y cuando me lo piden. Creo que la rebeldía se me fue justo cuando me di cuenta de lo solitaria que es la rendición.
Tampoco logro entender como mi sueño infantil de acumular instantes, convertido más tarde en ser fotógrafo profesional se quedo estancado en tomar fotos para postales turísticas. Recuerdo con tenebrosa claridad como a los catorce decidí comenzar a trabajar para lograr mi primer sueño material: una Pentax. Llegó un 20 de enero a los dieciséis y con eso también mi locura. Rendido a la idea de poder capturar instantes en los que yo protagonizaba, tomé la decisión de hacerlo para el resto. Me dan escalofríos recordar todas estas cosas, que buenas intenciones y esperanzas tenía. Desde ese día no solté mi cámara, en el pueblo ya me venían venir y me pensaban un poco loco. Ahora mi jefe insiste en decir que soy bueno en lo que hago y que no tengo porque soñar con más. Mi psicóloga en cambio me aconseja seguir luchando para alcanzar lo que tanto quise alguna vez, todo es posible dice ella. Y yo no puedo más que acomodarme en mi mediocridad.
A veces cuando ya no tengo nada, y por alguna parte no tan olvidada todavía regresa ese rostro de vos. Regresas espeluznante entre las tiniebla para recordarme todo lo que ya no tengo. Y tu imagen es mejor que todas las anteriores; es verdad, ya no recuerdo precisamente como era tu voz, tu sonrisa también se vuelve borrosa pero yo tengo ese rostro de vos y a nuestro Benedetti. Por breves suspiros eso es lo único que tengo de vos. Inevitablemente vuelves a dejarme y como quisiera que no regresaras jamás. Y claro en cualquier película Hollywoodense es en esos instantes que debería ir a buscarte, traerte de vuelta pero no hay salida porque nunca hubo una puerta. Vuelvo a mí. La psicóloga me repite sesión tras sesión que estoy joven todavía, que voy a volver a desear a alguno de esos no sé cuantos millones de allá afuera de nuevo. Y yo no encuentro una sola palabra para gritar.
Más y más me encuentro regresando a un lugar que antes nunca había ido. Nos encontramos de pura casualidad un día que regresaba del laburo en bici. Como siempre lo único que llevaba conmigo era mi cámara, en el estuche entra prácticamente todo lo que necesito, y como no tenía ganas de regresar a casa todavía, comencé a dar vueltas sin rumbo. Después de algunas cuadras decidí dejar la bici para calentar los pies caminando, el invierno puede ser tan penetrante. Cuando estaba asegurando la bici me di cuenta que estaba frente al acuario. Las monedas sueltas del estuche me alcanzaban para entrar, así que entré. Nunca fui muy fanático del encierro de animales pero esto parecía ser un tanto diferente. Era como entrar a otro universo, era como tener el fondo del mar al alcance de mis manos. Los corales, peces, de todo; y más que nada los colores que ahí se encuentran me acogieron desde el primer encuentro, el ambiente era tan inocuo que me sentí a salvo desde el principio. A este punto ya sé a qué horas del día hay menos gente y hasta que horas puedo quedarme sentado mirando; cómodo en mi limbo paralelo. Por el mes del la preservación de los océanos abrieron el acuario la noche entera, de lejos fue la mejor noche que he tenido en años. He evitado decírselo a la psicóloga porque no me cabe duda que le daría una importancia desproporcionada, comenzaría a hablarme de cómo esto es clara evidencia de mi mejoría, de cómo sin yo ni siquiera haberme percatado, he vuelto a preferir ciertas cosas sobre otras. Porquerías absolutas, me irrita de sobremanera poder predecir lo que ella va a decir, esta terapia se vuelve más ridícula con el pasar del tiempo pero yo regreso cada vez.
Sigo teniendo la misma Pentax y hasta ahora no me había sentido tentado de salir del blanco y negro. Con la cantidad de tonalidades de color que se encuentran en el acuario quise intentarlo. A mi jefe le pareció una buena idea que intentara tomar fotos a color. A mi psicóloga no se lo mencioné porque inevitablemente tendría que mencionar mis visitas al acuario. Desgraciadamente las fotos a color no las podía revelar yo mismo en el cuarto oscuro sino que tenía que esperar que alguien más lo haga por mí. Para no desanimarme primero tomé fotos de cosas fuera del acuario. Después de algunas semanas me quedé satisfecho con el resultado en colores. Ahora tenía un nuevo objetivo, algo por lo cual despertarme a la mañana, salir del laburo y directo al acuario para plasmar a los peces más pequeños y con el color más llamativo de todos, eran rosados con sutiles líneas negras. Luego de algunos intentos fallidos desistí de la idea, simplemente no salían en las fotos. Ayer estaba sentado en uno de los bancos del acuario viéndolos, preguntándome porque eran tan difíciles de plasmar y acto seguido una chica se sentó a mi lado. Y yo le pregunte:

- ¿De dónde crees que son esos peces rosados y pequeños?

Ella me contestó:

- No veo ni un solo pez rosado.

Natalia

lunes, 3 de mayo de 2010

El constructor toca afinado

pero acá traerá su eclipse

pues inunda de conceptos al mercado

que lo insta a girar entre las huellas

entre frascos apagados y luciérnagas

a pesar de batería y matar palos

aterradas

las sin piernas

finamente ¿qué laboran con propósito?

¿el zumbido el retorno el ginecólogo?

la voz y el reducto poseían

su tremenda puñalada enriquecida

la canción del tigre

la miopía

tristemente controlada de cintura

la risa y los perros lloran quedos

todavía con sus manos garrafales

la calle la mampara la alacena

la basura recogida hasta que mientras

tras el sol que respira a la mañana

lame lágrimas del lienzo de la cara

usa ligas de la escala enrarecida

clava estacas a los lápices antiguos

seca el ojo por adentro y lo desprende

lo rebaña de la vida endurecida

rastrojos en la vía de la nada

o meado en lo púgil de la cría

olvídate energía sostener el agua dulce

que se cae del retiro de la bolsa

que se cae de lo trémulo del gesto

olvídate correo avisorar

pues no hay ojos en las letras de su dueño

no hay celos en los granos del postor

hasta tanto en su sábana arrugada

el constructor mide su espera

dice tal y como cual lo hubiese dicho

dice melba dice estor dice estornino

que camina en su cabeza amanecido


Lucas 02h30

domingo, 2 de mayo de 2010

Sobriedad

Sobriedad

L se había sentado, en ese banquito al borde de la laguna, donde suele caer cuando se encuentra en ese estado de ánimo. ¿Qué estado de ánimo? Ese desconcertante. Esos días en los que simplemente no sabía que hacer- había en ese estado una mezcla entre aburrimiento y desesperación. Días en que quería hacer algo, y ese algo era algo muy específico, el problema era que no sabía qué era ese algo. Entonces L estaba sentado, con su abrigo en medio del abrumador calor, y sus ojos clavados en las piedras a sus pies, y sus oídos clavados en las ridículas conversaciones de los ridículos estudiantes sentados en grupos alrededor del lago. Estaba sobrio. No porros, no trago. Solo tabacos y acababa de terminarse un carísimo café. Odiaba estar sobrio, algo que se había dado cuenta hace poco, meses máximo. La sensación de no encontrar el algo que hablamos se agravaba y le carcomía peor cuando estaba sobrio. Eso es lo que odiaba de ese estado. Era la ausencia de un estado mental interesante. Estar sobrio era la nada. Pero bueno, L estaba sentado en la laguna.

Se acercaron a su mesa de metal forjado dos tipos, un hombre y una mujer. Parecían amantes pero solo por impresión. Él era un tipo con cara de intelectual de novela argentina, algún personaje salido de un cuento cortazariano o de una película de Subiela. Llevaba una carpeta de cuero bajo el brazo, los pelos desordenados y una barba que había sido afeitada hace unos pocos días. Tenía puesto una camisa blanca, que daba aspecto a que era la misma que se había puesto el día anterior, y quizá el anterior también, una chaqueta de tela café que parecía casi un abrigo, y pantalones beige. Sin embargo, su aspecto era amigable. Ella era… más fácil de describir en todo caso, era igual que L en aspecto. Vestida enteramente de negro, su maquillaje también, mirada seria y gótica, con una actitud completamente despreocupada de su entorno. Jamás se le había acercado nadie en ese lugar, máximo un guardia a decirle que se largue porque ya eran las 9.

Desde que les vio venir a lo lejos supo que venían hacia él. Los dos caminaron en silencio juntos observándole, el hombre con un esbozo de media sonrisa y ella… sólo le miraba. Se acercaron y ella se sentó en la única silla vacía de metal forjado, él arrastró una enorme piedra a la mesa y se sentó en ella. Ninguno decía nada, L no alzó su vista del piso y ellos no le quitaban los ojos de encima.

-Soy H, ella es C-. Dijo mientras abría la carpeta y ponía unos papeles en la mesa, entonces L se paró y se quedó en silencio con la mirada todavía en el piso. Ellos sólo le observaban sin hablar. Metió un lapidario puñete en la nariz a H que cayó estrepitosamente de su piedra y luego regresó la mirada a C, que lo miraba con una sonrisa. Se acercó a ella muy tiernamente y sonrió. Luego le lanzó un puñete aun con más fuerza que el que recibió H, directo en el ojo derecho, tumbándola a ella junto con su pesada silla de metal forjado. Cogió los papeles y la carpeta, y se alejó caminando despacio con una discreta sonrisa por fuera, y una enorme sonrisa por dentro.


JME 02h50

viernes, 30 de abril de 2010

Día 1

Día 1 03h47

Ya eran varias semanas en que la misma imagen se le presentaba en la cabeza. Un carro iba hacia un precipicio y no frenaba. El conductor veía el precipicio y se quedaba inmóvil esperando la caída, pero esa caída no llegaba. Con el paso del tiempo el conductor moría, no por que el automóvil llegaba y caía al precipicio sino por que la espera del fin le desesperaba y le enloquecía. La locura lo mataba; la incertidumbre de su propio final era un peso mayor que el final mismo…

- ¿En que estas pensando? - Preguntó Sofía – te noto raro, muy callado.
- En nada, ¿tú en que piensas?
- En lo que te estoy diciendo… cada vez que analizas algo, lo vez distinto, con otra perspectiva – Él no contestó y continuó manejando unos minutos más.

A cada minuto que pasa, todos nos convertimos en otros. Somos únicos porque somos puntos formados por millones de líneas que se cruzan solo en este momento, solo en este lugar. Todos somos los conductores de este auto que cae hacia el abismo. ¿Nos matará la incertidumbre o nos matará el golpe?

-Tu nunca puedes decirme nada, creo que no confías en mi… que no me quieres- dijo la chica con una mirada de tristeza.

Después solo hubo un silencio sepulcral por algunos minutos, silencio que fue roto solo por un susurro con un tono tan bajo que no fue percibido ni por quien lo dijo.


-Si tan solo pudiera saber lo que pienso… solo sigo cayendo al abismo.

Andres P

martes, 13 de abril de 2010

Maternidades

04:45

Hoy he visto otro niño nacer. He visto a un ser salir desde las entrañas de otro, bañado en sangre y secreciones y gritos, y lo que sale es un niño que grita desconsolado por caer a este mundo donde su primer contacto es el látex de unos guantes que cubren a unas manos frías y bruscas que se mueven con destreza. Este humanoide de cuatro extremidades y una cabeza del tamaño de su tórax se estremece y grita con odio. Su llanto es lo más parecido a la definición de frustración máxima. Su llanto es ira, furia, rabia por tener que respirar, por haber salido aplastado y empujado hacia el frío desde un entorno tibio, protector y quizá eterno; o eso creía. Mientras más rabioso y enfurecido grite el niño, más contentos los médicos, “este bebe emputado con la vida está sano”. Que clase de vida podemos desear, si solo con ver un niño nacer es claro que no queremos nacer. Ningún niño nace feliz. Sufrir es la esencia de la vida. A fin de cuentas sufrir es lo primero que hacemos. Al morir, lo siguiente que debe hacer nuestro espíritu es por fin callar ese grito lastimero y cáustico que con el tiempo se logra domar, pero en realidad nunca se detienen los gritos de frustraciones.

04:58

JME

lunes, 8 de marzo de 2010

PREGUNTAS

PREGUNTAS

por Andrés P....



- … ¿Y si al final del camino solo hay un gran precipicio????

¿Si ya dejé de creer cual es el punto de seguir??

¿Cómo y cuando perdí la ilusión?

…¿Hacia donde voy? ¿Qué me pasará después de la muerte?
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Hace mucho tiempo algún hombre se pregunto: ¿hacia donde vamos? Durante siglos muchos otros hombres (y uno que otro Dios) han intentado contestar la famosa pregunta. Pero algo está mal en la pregunta (tal vez por eso es tan difícil de contestar…). En la pregunta se entiende que si YO voy a algún sitio, otros de seguro vendrán. Pase lo que pase tendré compañía… El plural le da un sentido de seguridad a la pregunta ¡El hombre que planteo la pregunta estaba asustado, evadió la verdadera pregunta! (Y lo más probable es que yo la hubiera evadido también pues es realmente terrible).
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Un buen día Carlos (o José tal vez, la verdad no importa; ¿o si?) se sintió perdido, aturdido; se preguntó: ¿qué HAGO AQUÍ?

Salió a la calle, no encontraba su carro. Caminó por unos minutos sin rumbo. Su frecuencia respiratoria aumentaba a cada minuto; el corazón le latía fuerte. No podía decir con exactitud en que calle, en que barrio, en qué ciudad se encontraba. Se le olvidó donde trabajaba, donde vivía, ¡hasta su mismísimo nombre! Se le olvido su esposa, su pequeño hijo, su casa, su cocina, su cuarto, su gran televisión; su teléfono celular con cámara digital, grabadora de sonidos, polifónico, con acceso a la Internet y una definición de pantalla realmente impresionante.

-… ¿Hacia donde voy?...

Cayó en la mitad de la vereda, la gente pasaba a su lado sin verlo; a él que había ayudado a tanta gente; a él que daba limosna a los que le pedían unos centavos en la calle; a él que hacia obra social cada vez que podía; a él que aquella vez dio primeros auxilios a esa pareja que tuvo un accidente de tránsito una vez; a él…

Perdió el conocimiento, se le acercaron un trío de jóvenes que caminaban por la calle; chequearon si respiraba, llamaron al 911 y después de repartirse sus pertenencias siguieron caminado como si nada hubiera pasado. ¡Le robaron!… a él que trataba a la gente de la calle con amabilidad; a él que cuidó a sus hermanos pequeños; a él que le prestaba atención a su abuela y le visitaba y daba regalos cada vez que podía; a él…
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-… ¿Hacia donde voy?... ¿Donde estoy?...
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Llegó la ambulancia, los paramédicos le encontraron inconsciente en la vereda sin ninguna identificación, sin ninguna vestimenta. Respiraba, su corazón latía (aunque aceleradamente), no había evidencia alguna de trauma. Pero tampoco reaccionaba. La ambulancia le llevó al hospital más cercano. El médico tardo 15 minutos en llegar a atenderle, le clavaron algo en el brazo, le tocaron por todas partes, le metieron en una máquina que parecía ser su ataúd durante un tiempo que pareció ser una eternidad. Le hicieron todo eso a él que era un PHD en no se qué; a él que alguna vez estuvo en la universidad, que tuvo amigos, que alguna vez soñó con cambiar el mundo.
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-¿Cómo y cuando perdí la ilusión?
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Le sacaron de la máquina, estaba rodeado de gente que, poco a poco fue desapareciendo. Se quedó solo en una esquina de un gran cuarto, encerrado solamente por 2 paredes de cemento y 2 paredes de tela. Estuvo ahí, solo durante un largo tiempo. Luego llegaron unos hombres que le llevaron de nuevo a una ambulancia. Llegaron a otro hospital y todo (la demora de un doctor, el examen físico, la terrible máquina – ataúd, la inicial aglomeración de gente que eventualmente desapareció) se repitió. Quedo totalmente solo… él que alguna vez se enamoró de una chica, que alguna vez quiso salvar a las ballenas y osos polares, que alguna vez quiso ser astronauta…
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-¿Cuándo perdí la inocencia?
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Llegó su familia, su esposa lloraba sin parar, su padre intentaba conversar con él. Gente que en algún momento de su vida había conocido apareció. Al principio muchos entraban y salían. Con el tiempo se fueron haciendo menos y menos hasta que un día se quedó solo de nuevo. Le dejaron solo… a él que había sido un buen niño, que intentaba no hacer travesuras y se arrepentía cuando hacia algo que hacia inquietar a sus padres; a él que alguna vez vio en su padre a un gran héroe; a él, que alguna vez tuvo fe en el mundo, en su familia; que alguna vez creyó en un Dios…
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-¿Si ya dejé de creer cual es el punto de seguir??
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Quedó solo ahí en el hospital. Después de un tiempo vinieron otros hombres y lo llevaron (esta vez en un carro convencional) a un hospicio. Era una casa vieja, llena de ancianos y enfermos incurables. Enfermeras lo alimentaban, bañaban, recogían sus excrementos y su orina. A veces alguna le conversaba acerca de lo cara que estaba la vida, otras veces comentaban sobre lo triste de su historia.
Nunca despertó.
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- No es tan malo, lo único que no se es ¿por qué YO?


Algunas veces vienen a nuestras cabezas preguntas que nos asustan, preguntas que no tienen respuesta (nótese que yo también uso el plural, es más seguro). Cuando era más joven también venían, pero con la edad cada vez se hacen más hirientes. Trato de evadirlas la mayoría del tiempo pero hay veces que, por las noches o el la mañana cuando me estoy tomando un café, me asaltan. Me invaden y esos días no puedo trabajar bien, no puedo relacionarme con los demás, me vuelvo un loco (o un niño tal vez) irritable y mal genio. Me envuelven en estas madrugadas. En esos días siento a la muerte muy cercana, temo mucho morir en esos instantes. Pero la vida también esta muy cercana… no creo poder explicarles esto. Digamos que puedo crear en esos días, ser infinitesimalmente mínimo e infinitamente grande y poderoso.

Me refugio en lo filosófico, en los libros, la televisión; la radio algunas veces me refugia también. En unos días todo pasa; otro gran temor es que nunca pase y quede loco o muerto en algún lugar (probablemente una calle o vereda cualquiera).

En esos momentos es cuando me doy cuenta que estamos llenos de temor. ¡Huimos de lo que creemos por que nos asusta; huimos de nuestra niñez porque nos asusta; huimos de la muerte, de la vida, de nosotros mismos porque estamos muertos de miedo!
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-¿Qué me pasará después de la muerte?... ¿Qué pasó en mi vida?

La última vez que lo vi estaba ahí solo en el hospicio, igual que siempre. Parecía estar muerto pero respiraba, le latía el corazón y, según los médicos, su cerebro aun tenía actividad. Al verlo me dio una gran pena: “tan joven...” pensé. Su cara estaba muy pálida; sus brazos, ahora morados y delgados no se movían. Sus ojos cerrados se movían rápidamente, como si tuviera una pesadilla. Salí a la calle y vi tanta gente, muchos aparecieron ante mis ojos como él (yo también me vi tan parecido a él de muchas maneras). Me invadió una gran tristeza y solo pude repetir en mi cabeza una vez tras otra:

- “Hoy me gusta la vida mucho menos, pero siempre me gusta vivir…. “(Cesar Vallejo)

viernes, 16 de octubre de 2009

La Noche de Walpurgis

—Te amo —balbuceó—, te he amado siempre pues tú eres el Tú de mi vida, mi sueño, mi destino, mi deseo, mi eterno deseo.
—¡Vamos, vamos! —dijo ella—. ¡Si tus preceptores te viesen!
Pero él sacudió la cabeza con desesperación, inclinando el rostro hacia el suelo, y contestó:—Me tendría sin cuidado, me tienen sin cuidado todos esos Carducci, la República elocuente, el progreso humano en el tiempo, pues ¡te amo!
Ella acarició dulcemente con la mano los cabellos cortados al rape en la nuca.—Pequeño burgués— dijo—. Lindo burgués de la pequeña mancha húmeda. ¿Es verdad que me amas tanto?
Y exaltado por este contacto, ya sobre las dos rodillas, la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, él continuó hablando:
—Oh, el amor, ¿sabes…? El cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más que una. Pues el cuerpo es la enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace la muerte; sí, son carnales ambos, el amor y la muerte, ¡y ése es su terror y su enorme sortilegio! Pero la muerte, ¿comprendes?, es, por una parte, una cosa de mala fama, impúdica, que hace enrojecer de vergüenza; y por otra parte es una potencia muy solemne y muy majestuosa (mucho más alta que la vida risueña que gana dinero y se llena la panza; mucho más venerable que el progreso que fanfarronea por los tiempos) porque es la historia y la nobleza, y la piedad, y lo eterno, y lo sagrado, que hace que nos quitemos el sombrero y marchemos sobre la punta de los pies… De la misma manera, el cuerpo, también, y el amor del cuerpo, son un asunto indecente y desagradable, y el cuerpo enrojece y palidece en la superficie por espasmo y vergüenza de sí mismo. ¡Pero también es una gran gloria adorable, imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla de la forma y de la belleza, y el amor por él, por el cuerpo humano, es también un interés extremadamente humanitario y una potencia más educadora que toda la pedagogía del mundo…! ¡Oh, encantadora belleza orgánica que no se compone ni de pintura al óleo, ni de piedra, sino de materia viva y corruptible, llena del secreto febril de la vida y de la podredumbre! ¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los hombros y las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las costillas alineadas por parejas, y el ombligo en el centro, en la blancura del vientre, y el sexo oscuro entre los muslos! Mira los omoplatos cómo se mueven bajo la piel sedosa de la espalda, y la columna vertebral que desciende hacia la doble lujuria fresca de las nalgas, y las grandes ramas de los vasos y de los nervios que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, y cómo la estructura de los brazos corresponde a la de las piernas. ¡Oh, las dulces regiones de la juntura interior del codo y del tobillo, con su abundancia de delicadezas orgánicas bajo sus almohadillas de carne! ¡Qué fiesta más inmensa al acariciar esos lugares deliciosos del cuerpo humano! ¡Fiesta para morir luego sin un solo lamento! ¡Sí, Dios mío, déjame sentir el olor de la piel de tu rótula, bajo la cual la ingeniosa cápsula articular segrega su aceite resbaladizo! ¡Déjame tocar devotamente con mi boca la ‘Arteria femoralis’ que late en el fondo del muslo y que se divide, más abajo, en las dos arterias de la tibia! ¡Déjame sentir la exhalación de tus poros y palpar tu vello, imagen humana de agua y albúmina, destinada a la anatomía de la tumba y déjame morir con mis labios pegados a los tuyos!

No abrió los ojos después de haber hablado. Permaneció sin moverse, la cabeza inclinada, las manos que sostenían el pequeño lapicero de plata separadas, temblando y vacilando sobre sus rodillas.
Ella dijo:—Eres, en efecto, un galanteador que sabe solicitar de una manera profunda, a la alemana.
Y le puso el gorro de papel.—¡Adiós, príncipe Carnaval! ¡Esta noche la línea de la fiebre será muy alta, te lo predigo!
Al decir esto se levantó de la silla, se dirigió a la puerta, dudó un momento en el umbral, dio media vuelta elevando uno de sus brazos desnudos, con la mano en el pestillo y, por encima del hombro, dijo en voz baja:
—No te olvides de devolverme el lápiz.
Y salió.


Thomas Mann

JME